Llamamos crisis o ataque de pánico a la aparición repentina de un miedo intenso seguido de una serie de síntomas entre los que se cuentan:
Es la presencia de repetidos e inesperados ataques de pánico que impactan y conmueven al individuo, debido a lo cual desarrolla una intensa preocupación, temor o inquietud ante la sola posibilidad de volver a experimentarlos. Durante estas crisis, la reacción física es similar a la que ocurre en una respuesta de alarma ante un peligro real, con la diferencia de que en este caso, es desencadenada en ausencia de una amenaza concreta.
El Trastorno de Pánico es una enfermedad muy frecuente que afecta a una de cada treinta personas, o sea, más de un millón de personas en nuestro país. Su origen tiene una base neurobiológica y genética, pero influyen también factores psicológicos como el aprendizaje infantil, la manera que se posiciona ante las situaciones vitales y el estrés acumulado en los meses previos a su aparición. Se inicia generalmente entre los 20 y 30 años de edad.
Actualmente, en la mayoría de los casos puede lograrse la recuperación de este trastorno, mediante un tratamiento farmacológico específico y un abordaje psicológico como la terapia cognitiva-conductual.
Los seres humanos constantemente necesitamos e intentamos comprender qué ocurre a nuestro alrededor y en el mundo. En la medida en que rápidamente logremos hacer una lectura correcta de nuestro ambiente mayores posibilidades de supervivencia tendremos. Si ignoramos qué nos está pasando, tenderemos pues a permanecer hiperalertas o muy atentos. Si experimentamos una serie de sensaciones físicas intensas y no logramos atribuirlas a respuestas fisiológicas normales tenderemos a interpretar a las mismas como indicadoras una pérdida del funcionamiento normal o de una enfermedad.
Durante las crisis de pánico, la persona que padece un Trastorno de Pánico, siente que se va a morir, desmayar, descontrolar o enloquecer, dado que el ataque es realmente dramático y no le encuentra una explicación valedera a su aparición. Es entonces cuando el afectado comienza a generar pensamientos e interpretaciones negativas o catastróficas. Comienza a consultar repetidamente a salas de guardia y emergencias, a cardiólogos o clínicos, buscando una explicación. Empieza a estar preocupado por las consecuencias de estas crisis: “puedo morir de un ataque al corazón”, “puedo enloquecer”, “puedo descontrolarme o desmayarme”. El componente conductual se manifiesta mediante cambios en sus hábitos, ya que la persona trata de evitar las situaciones o lugares en los cuales ocurrieron los primeros ataques y adonde se pueda sentir atrapado o desamparado. Es habitual que no se anime a contarle a los demás lo que le ocurre, por temor a ser juzgado como loco y porque su aspecto exterior no evidencia ningún cambio.
Además, cuando consulta a un médico clínico, muchas veces éste lo examina en detalle y le dice que “todo está normal”, “que son sus nervios”, o “es el estrés”. Esto se debe, al desconocimiento que aún existe en algunos profesionales (cada vez menor, afortunadamente) acerca de los Trastornos de Ansiedad.
Actualmente se considera que es un problema neurobiológico, que puede traer severas consecuencias psicológicas, si no se lo trata. Hay estudios que señalan la existencia de una tendencia familiar, tanto genético-hereditaria como debida a factores de crianza.
Cuatro preguntas clave para hacer un diagnostico de Trastorno de pánico:
La agorafobia es una patología asociada con altísima frecuencia al pánico, y en la mayoría de los casos se desarrolla como consecuencia del mismo. Con origen en la palabra griega “Ágora”, que significa plaza o feria pública, hoy se la define como: el miedo a sentirse solo, desamparado, sin escape e imposibilitado de recibir asistencia en caso de tener una crisis de pánico. Por lo tanto, el sujeto agorafóbico tiende a evitar alejarse de los lugares que considera seguros, como por ejemplo su hogar, aunque en algunos casos muy severos tampoco puede quedarse solo en casa. Si se aleja, es probable que necesite de la compañía de alguien que considera protector.
Muchas personas evitan el lugar donde ocurrió su primera crisis de pánico. En estos casos, el temor a ese lugar o a alguna actividad ocurre por condicionamiento (una experiencia aterrorizante como el pánico se asocia a un evento neutral, por ejemplo, viajar en ómnibus y a partir de entonces se evita este medio de transporte). Posteriormente, el temor suele generalizarse a otros medios de transporte. Los medios y lugares usualmente más temidos son aquellos de los que resulta más difícil escapar, en caso de sentirse mal o de tener una crisis, tales como: subterráneo, tren, barco, ferry, avión, puentes, túneles, autopistas, teatros, estadios, shoppings, etc.
El enfermo suele preferir aquellos vehículos en los que pueda controlar o modificar el trayecto (auto propio, taxi, motocicleta, etc.) o lugares de fácil salida para poder acceder más fácilmente a un lugar seguro si se descompone.
La agorafobia puede clasificarse, según su severidad, en:
Leve: El sujeto presenta algún tipo de evitación o resistencia a las situaciones que le producen malestar, llevando una vida relativamente normal. Por ejemplo, puede ir al trabajo o de compras sin compañía si es necesario, aunque por lo general evita desplazarse solo.
Moderada: La evitación da lugar a un tipo de vida bastante restringida. El individuo es capaz de salir solo de su casa, pero no puede desplazarse más allá de algunos kilómetros sin compañía.
Grave: La evitación obliga a estar casi por completo dentro de casa, o hace al individuo incapaz de quedarse solo en su hogar o de salir, si no es acompañado.
Estudios clínicos y poblacionales demuestran que el Trastorno de Pánico está asociado con:
Se basa en la administración racional de diferentes clases de fármacos específicos, entre los cuales los considerados actualmente de primera elección son los ISRSs o Inhibidores Selectivos de la Recaptación de Serotonina, por presentar un perfil más favorable de eficacia, menores efectos adversos y mayor margen de seguridad en sobredosis que los antidepresivos clásicos utilizados para el pánico (tricíclicos e IMAOs).
Las benzodiacepinas de alta potencia, pueden ser utilizadas al comienzo o en situaciones en las cuales es crítico el control rápido de los síntomas. Sin embargo, deberán tenerse en cuenta los riesgos que implica su uso prolongado, incluyendo la dependencia fisiológica y el riesgo en pacientes con antecedentes de abuso de sustancias.
El consenso internacional recomienda mantener el tratamiento, por lo menos durante un año e intentar una prueba de discontinuación gradual después de 12-18 meses, si el paciente ha experimentado una mejoría significativa o total. Muchos pacientes presentan recaídas algún tiempo después de haber discontinuado el medicamento, sobre todo si este ha sido su único tratamiento. En estos casos es conveniente volver a suministrar el fármaco antes prescripto, con lo cual pueden volver a controlarse los síntomas.
La presencia simultánea de otras enfermedades psiquiátricas o médicas generales o factores de estrés psicosocial, así como de trastornos de personalidad o abuso de sustancias, pueden complicar el tratamiento y disminuir la respuesta terapéutica.
Los procedimientos de la TCC para el Trastorno de Pánico son: